La conductora del 28

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José M. Castón de los Santos

Javier Sáez regenta junto con su socia y colega, María Domènech, la librería de un centro comercial de la periferia madrileña. Cada día que pasa, entre la multitud que puebla los pasillos de la gran superficie, es diferente y a la vez igual. Sólo María y su madre tienen acceso a él. No se implica en nada, no se mete en nada, no siente nada. Se cree así a salvo de las emociones y el dolor. Sin embargo, todo salta por los aires sin esperarlo. De madrugada, pide ayuda a María antes de despedirse y elegir al azar una carretera que recorrer hasta su fin.


Andreia Salgueiro transita por las calles lisboetas conduciendo el tranvía que la compañía de transportes de la ciudad le asigna cada jornada. Su madre, Rosa Ferrão, canta fados por las tabernas más escondidas del barrio de Alfama, faceta que alterna con la que atiende a diario. Ambas viven marcadas por la misma ausencia. Andreia se siente incapaz de cumplir las expectativas maternas. Rosa anhela que su hija prospere y sea fuerte para que la vida no la quiebre. Se quieren con todo el alma, pero no saben conectarse del todo entre ellas.


Javier aparece en estado de shock en Lisboa. Decidido a encontrar la calma, sube al tranvía de Andreia en Martim Moniz. Maneja con torpeza la tarjeta de transporte en el validador, que pita una y otra vez. La conductora del 28 da la vuelta sobre su asiento y socorre al inhábil pasajero. Durante un segundo enfrentan sus miradas, hasta que la tarjeta por fin funciona y el tranvía se pone en marcha.

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    Esta combinación no existe.


    Con precisión de orfebre enfurecido, cirujano de nubes u observador de esta cósmica zoología (que por momentos duda de qué lado de la jaula está mirando), Rodrigo Galarza talla estos poemas como si fueran duros pedacitos de quebracho, esa madera con vocación mineral que, cuando se deja talar para convertirse en algo más que un dedo  frutal faltando el respeto a un dios indiferente, asume la pretensión de eternidad con su propio corazón de piedra.

    Carlos Salem